14 PARÁSITOS Y MICROBIOS

Parásitos y Microbios

Medicina Natural al Alcance de todos

“Nada de afuera que entra en el hombre Puede hacerlo inmundo, más las cosas que proceden Del hombre, esas son las que dejan Mácula en el hombre.” Marc. VII-15

El epígrafe que encabeza este capítulo es argumento concluyente contra la teoría de la infección microbiana.

La inmundicia que enferma al hombre no entra a su cuerpo por obra de los microbios que vienen de afuera, sino que se elabora en las putrefacciones intestinales de su vientre afiebrado.  

Esos productos de corrupción son los que dejan mácula en su cuerpo e impurifican su sangre. En lugar, pues, de perseguir microbios en el cuerpo enfermo, debemos combatir su fiebre interna, refrescando sus entrañas y congestionado su piel.

Mi doctrina reconoce la existencia de microbios y bacterias, pero niega que estos seres sean causa del desarreglo funcional del organismo. Respirando aire puro, manteniendo buenas digestiones y actividad eliminadora de la piel, riñones e intestinos, nadie puede morir, salvo accidente, aunque viva entre microbios.

Mientras que se procura instruir al público acerca de los peligros que representa al microbio para la vida del hombre, poca importancia se ha dado a la acción de los parásitos, cuya contaminación es funesta para la humanidad.

La diferencia esencial que existe entre parásitos y microbios está, en que los primeros se nutren de los alimentos con que se mantiene el individuo que los aloja, o a expensas directa de su sangre y materias vivas de su cuerpo, como sucede con las lombrices, la triquina, las chinches, los piojos y el arador de la sarna.

En cambio, los microbios se desarrollan en putrefacciones de materias orgánicas, los que al mismo tiempo requieren de substancias muertas y de temperatura de fiebre. El microbio se nutre de estas materias putrefactas cuya disgregación favorece, haciendo en el cuerpo una obra de saneamiento análogo a la de esas aves que se alimentan de cadáveres en descomposición.

Así pues, mientras que los parásitos son para el hombre elemento de perturbación y de muerte, los microbios constituyen un aliado de la vida orgánica porque, nutriéndose de substancias perjudiciales para el organismo, favorecen su remoción y eliminación, lo que equivale a ayudar al saneamiento de la sangre y los tejidos del cuerpo.

La presencia de microbios no aparece como anormalidad en el iris; en cambio, los parásitos se manifiestan con claras señales de anormalidad. Esta es la mejor prueba contra la teoría microbiana como causa de las enfermedades.

El microbio está siempre bien donde él se encuentre, pues sus actividades y su vida en todo momento se desarrollan en armonía con las leyes inmutables de la Naturaleza. La enfermedad que es anormalidad, desorden, no puede tener por causa una acción armónica y ordenada como la que desempeñan los microbios.

Al culpar el microbio como causante de sus males, el hombre no quiere recocer su propia obra, porque contraviniendo la Ley Natural cada cual se constituye en el peor enemigo de sí mismo.

La vida orgánica precisa de la acción microbiana para subsistir y desarrollarse. Sin microbios es imposible la vida vegetal o animal. En efecto, plantas y árboles tienen sus raíces en la tierra, pero no se alimentan de este elemento. Si los árboles incorporaran la tierra a su economía, a medida que se desarrolla su tronco irían dejando un hoyo a su alrededor, pero ocurre precisamente lo contrario.

Las raicillas de los árboles y plantas incorporan substancias elaboradas por los microorganismos que actúan en la tierra a cierto grado de calor y humedad. Lo mismo ocurre con los alimentos que ingiere el animal. No nos alimentamos de lo que comemos sino de lo que digerimos. Y la digestión es una fermentación microbiana de los alimentos que sólo puede ser benéfica cuando se desarrolla a 37 grados centígrados.

Según la teoría que atribuye al microbio las enfermedades, un hombre sano puede convertirse en enfermo sano puede convertirse en enfermo por una repentina infección; sin embargo, la Naturaleza nada hace a saltos, de manera que para pasar del estado de salud al de enfermedad, se requiere de un proceso de desorganización cuyo desarrollo es más o menos lento.

La sangre pierde su pureza al respirar aire impuro, por prolongados desarreglos digestivos y por deficiente trabajo eliminador de la piel. La enfermedad, a diferencia del accidente, tiene un origen interno y no extraño al cuerpo.

No debemos olvidar que toda infección supone siempre la existencia de dos factores previos en el organismo afectado: terreno impuro, formado por acumulación de materias orgánicas muertas introducidas mediante nutrición malsana y, además, temperatura febril que posibilita la descomposición, fermentación y putrefacción de las materias extrañas a los tejidos vivos del cuerpo.

Es fácil comprender que si se desea combatir una “infección” microbiana en un cuerpo enfermo basta con favorecer la eliminación de las impurezas acumuladas a través de los intestinos, riñones y la piel, por un lado, y combatir la fiebre interna del vientre, por otro. Nada de cazar microbios con antibióticos.

Los síntomas agudos de toda “infección” nos revelan la fermentación del terreno impuro preexistente. Esta fermentación, puesto que requiere de fiebre interna, es favorecida por el enfriamiento de la piel que concentra el calor en el interior del vientre. Esto explica que los resfriados se originen y vayan unidos a “infecciones intestinales”.

A 37 grados centígrados, en el cuerpo humano no hay virulencias de ningún microbio. Es decir, los microbios virulentos, que con sus toxinas atacan la vida del organismo, se desarrollan todos a temperatura de fiebre, a más de 37 grados. Mientras mayor es la fiebre, más tóxicos son los microbios, porque se alimentan de materias más corrompidas y, a su vez, eliminan más venenos haciendo su presencia más peligrosa para el cuerpo.

Toda “infección microbiana” desaparecerá mediante el refrescamiento del interior del vientre del enfermo y la actividad eliminadora de su piel, riñones e intestinos.

Cuando oigamos hablar de infecciones, no olvidemos que ellas suponen putrefacción de materias orgánicas muertas en un organismo afiebrado o con calentura. Infección y putrefacción infección equivale a corromper por acción extraña al organismo, y putrefacción, a pudrirse por causa íntima, propia del cuerpo afectado. En otros términos, la infección viene de afuera y la putrefacción actúa desde el propio vientre del enfermo.

Para la medicina profesional, las llamadas enfermedades son resultado de infección microbiana, aunque no se conozca o constate la presencia del bacilo culpable.

Tanto la viruela como todas las afecciones eruptivas de la piel conocidas con los nombres de sarampión, alergias, escarlatina, erisipela, forunculosis, urticarias, llagas, chancros, etc., revelan actividades defensivas de organismos generalmente jóvenes que poseen suficiente vitalidad para provocar por la superficie del cuerpo, crisis eliminadoras de materias corrompidas acumuladas en su interior por herencia o por putrefacciones intestinales crónicas.

En estas actividades purificadoras actúa una fuerza propia del organismo afectado que expulsa al exterior materias extrañas y perjudiciales. Así se explica que no exista microbio de la viruela, como tampoco se ha descubierto el microorganismo actuante en todas las fiebres eruptivas.

En todas estas crisis se trata de una acción que va del interior del cuerpo, a la inversa de toda infección que va de afuera hacia adentro. Se dirá que es innegable que la vacuna preserva de la viruela, como lo afirma la propaganda médica. Sin ánimo de polemizar sobre este punto, sostenemos que la vacuna tiene la triste propiedad de paralizar las defensas orgánicas, porque debilita la vitalidad nerviosa encargada de proteger la salud.

Sabemos que el sistema nervioso es el dueño de casa del organismo y, como buen padre de familia, está atento a todas sus necesidades y siempre dispuesto a defender su salud y su vida. Si este fiel y diligente poder vital es víctima de la acción debilitadora y mortífera de vacunas, sueros inyecciones, deja de actuar como fuerza defensiva como sucedería al jefe de familia de un hogar adormecido por intoxicación alcohólica.

Cuando la defensa orgánica que procuraba expulsar del cuerpo lo perjudicial es sofocada o paralizada, el cuerpo tiene que retener lo malsano que, en combinación con la ponzoña de la vacuna o de los venenos de las medicinas, acortan la vida del sujeto, conduciéndole a una miserable existencia cargadas de achaques y dolores.

Las llamadas “infecciones” sólo pueden referirse a los parásitos y nunca a los microbios. Una persona se puede infectar con sarna, lombrices, ladillas, chinche, piojos, etc., pero no con microbios, que necesitan encontrar el terreno impuro y la temperatura febril para prosperar en el cuerpo. Las vacunas, sueros, inyecciones, y hasta las transfusiones, son verdaderas “infecciones” porque corrompen el organismo por acción extraña. Lo mismo puede decirse del aire envenenado o del alimento tóxico.

Al evitar las putrefacciones intestinales mediante el Equilibrio Térmico del cuerpo también se evitan las infecciones microbianas.
Autor: Manuel Lezaeta Acharan

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