Medicina Natural al Alcance de todos
“En las alturas de la verdad, sólo se encuentra con la verdad la Vida,
así como en los abismos del error, sólo se encuentra con el error la Muerte.”
Abdón Cifuentes
La Ley Natural es la voluntad del
Creador que impone a la criatura una norma para cumplir su destino moral o
físico. Es norma de virtud y de salud, de aquí que el hombre sano es bueno y el
hombre enfermo sólo con gran violencia
sobre sus inclinaciones morbosas puede dejar de ser malo.
La Ley Natural ha fijado la
duración de la vida de los mamíferos en un período que representa seis o
siete veces el de su desarrollo, así un
caballo que demora cinco años en desarrollarse, normalmente debe vivir
30 a 35 años, y el hombre,
que demora 25
años en completar su desarrollo,
debería alcanzar una vida de 150 años o más. Sin embargo, los casos de
longevidad son cada día más raros y la vida media suele estar alrededor de los
60 años.
El individuo sano siente su
propia felicidad sin necesidad de artificios, es fuente de bienestar del cual
participa su familia y aun alcanza a sus
conciudadanos. El hombre enfermo es motivo de desgracia para cuantos lo rodean
y para la sociedad en que vive, necesitando de goces artificiales que se
compran para distraer su existencia.
El hombre sano vive satisfecho de
su suerte, porque todo lo tiene con la salud y, consciente de su destino, no
conoce las rivalidades ni la envidia. El hombre enfermo siente su inferioridad
y odia al que no está en malas condiciones como él.
No olvidemos que la salud no se
obtiene en la consulta del médico ni se compra en el mostrador de la farmacia.
En las nuevas generaciones está el porvenir. Corresponde, pues, encaminar a la
juventud hacia la salud que sólo puede obtenerse cumpliendo la Ley Natural.
La ciencia de la salud debe ser
enseñada en la escuela con las primeras letras para que el niño aprenda a
dirigir sus pasos en la vida en su propio beneficio y el de sus semejantes.
Los preceptos que la Ley Natural
impone al hombre como condición para mantener la normalidad orgánica, vale
decir la salud, quedan comprendidos en 10 mandatos:
1. Respirar siempre aire puro;
2. Comer exclusivamente
productos naturales;
3. Ser sobrios constantemente;
4. Beber únicamente agua natural;
5. Tener suma limpieza en todo;
6. Dominar las pasiones,
procurando la mayor castidad;
7. No estar jamás ociosos;
8. Descansar y dormir sólo lo
necesario;
9. vestir sencillamente y con
holgura, y
10. Cultivar todas las virtudes,
procurando siempre estar alegres.
En el cumplimiento integral de
estos preceptos está la salud y la transgresión de uno sólo de ellos es causa
de dolencia porque altera la normalidad funcional del organismo. Finalmente,
tengamos siempre presente que lo que da la salud también cura la enfermedad,
porqué ésta es la alteración de aquella.
1. Respirar siempre aire puro.
Decía Hipócrates: “El aire puro
es el primer alimento y el primer medicamento.” Como alimento, el aire puro
abastece la mayoría de nuestras necesidades fisiológicas, de tal modo que en el
campo, en el bosque,
en la montaña
o a orillas del
mar, se puede vivir principalmente de
aire y secundariamente de
alimentos destinados al estómago.
Esto se puede ver en la
frugalidad de los campesinos que, a pesar de sus rudas labores y enérgico
desgaste físico, viven sanos con tortillas y fréjoles.
A la inversa, en las ciudades,
donde el aire como alimento no reúne las excelencias de aire puro, para
mantener la energía vital, el hombre
necesita recargar la alimentación estomacal, a lo cual se suma la mala elección
de los alimentos que mantiene un estado general de insuficiencia vital.
El aire debe entrar a nuestra
economía por dos conductos: por los pulmones y por la piel. La piel es un
tercer pulmón, a la vez que un tercer riñón, absorbiendo normalmente la cuarta
o la quinta parte del oxígeno que necesitamos y expeliendo en análoga
proporción los desperdicios de nuestro desgaste orgánico.
Para que la piel desempeñe sus
funciones es indispensable que esté en contacto directo con la atmósfera o a lo
menos que ésta se renueve sobre aquella, de aquí la importancia de los baños de
aire y lo perjudicial de las camisetas y ropas pegadas al cuerpo.
La respiración pulmonar debe
hacerse por la nariz con la boca cerrada, pues la nariz es el guardián de los
pulmones, calentando el aire demasiado frío y reteniendo sus impurezas.
Mientras mejor nos alimentemos
de aire, menos necesidad tendremos de
alimentos estomacales, es por esto que en las personas que tienen insuficiencia
pulmonar, como los tísicos, se desarrolla una gran actividad digestiva, siendo
clásico el apetito de estos enfermos que nunca se satisfacen.
A nadie le convienen tanto los
baños de aire como a las personas que sufren de los pulmones, lo mismo que a
los enfermos de los riñones les es especialmente benéfica la transpiración.
Así como para tener una buena
digestión es necesario saber comer, también debemos saber respirar. Por eso es
necesaria la gimnasia respiratoria, varias veces al día, y especialmente en la
mañana haciendo respiraciones profundas durante algunos minutos con la boca
cerrada.
Debemos pues, buscar el aire puro
a toda hora, como el alimento más precioso para conservar nuestra salud,
durmiendo todo el año con la ventana y, si es posible, en el verano haciéndolo
en el patio o bajo los árboles.
2. Comer exclusivamente productos naturales.
Alimento natural es el que ofrece
la Naturaleza en cada lugar y en cada época del año y le conviene a nuestro
organismo en el estado en que ésta lo ofrece. No es necesario cocerlo, asarlo o
someterlo a preparación previa, como sucede con las frutas y las semillas de
los árboles.
Es indispensable saber escoger
los alimentos a fin de mantener la salud, pues el alimento digerido forma
la sangre y ésta será de la misma calidad de aquél. La salud depende de
una buena nutrición
y ella no
puede existir sino
introduciendo en nuestro
cuerpo los productos destinados
por la naturaleza para nuestro mantenimiento.
El orden natural establece que el
reino mineral sustenta al vegetal y esté al animal, de donde resulta que ingerir substancias minerales, como son casi
todos los productos farmacéuticos, es introducir materias extrañas
en el organismo que no pueden ser asimiladas y que por lo tanto
necesitan ser eliminadas.
El animal en libertad, con
auxilio de su instinto, busca el alimento que le conviene, pero el hombre,
habiendo degenerado su instinto, cree poder comer cuanto le plazca, sin más
límite que sus recursos o caprichos.
Como se verá más delante,
contravenir este precepto de la Ley Natural, es la causa principal de los males
y enfermedades del ser humano. Sabios
como Cuvier, Slikyssen, Carrigton, Laman, Christian, etc., demuestran, sin lugar a dudas, que el hombre,
es frugívoro, es decir, que su organismo está constituido para alimentarse de
fruta.
Darwin, Lamarck, Haecke, etc.,
comprueban la analogía fisiológica del hombre con el mono, que es frugívoro. Y,
como dice el doctor Almícar de Souza, la práctica es superior a toda teoría y
nos muestra a millares de indígenas que viven en los bosques comiendo sólo
frutas.
Las ventajas del régimen
frugívoro son manifiestas. Además de evitar la enfermedad, son el medio más
seguro para llevar
a su curación.
El raciocinio de
las personas que
viven exclusivamente de frutas es más claro y despejado, porque la sangre libre de toxinas
irriga mejor las células nerviosas. Los que viven de frutas crudas no sólo
rejuvenecen y se vigorizan, sino que se hacen inmunes a las enfermedades.
La carne de los animales no ha
sido destinada para alimento del hombre y, más que alimento, es un excitante
debido a los
tóxicos que posee,
entre los cuales
están la creatina,
cadaverina, etc., que
inyectados a un
conejo en pequeñas
proporción, causan su muerte
fulminante.
Si el hombre fuera carnívoro por
naturaleza se sentiría atraído por la carne cruda palpitante, y la consumiría
en ese estado. Pero a pesar de que nuestro instinto está degenerado, aún se
rebela ante los despojos sangrientos de
cadáveres y precisa transformarlos por la acción del fuego, cambiando sus
propiedades físicas para hacerlos tolerables a nuestros sentidos.
Con razón dice el doctor Amílcar
de Souza: “La mentira más convencional de nuestra civilización es la mentira
del alimento cocinado; sobre todo la carne.”
Si nos fijamos en las
características del carnívoro y del vegetariano, veremos que, como el tigre,
el chacal, etc.,
todos aquellos se distinguen
por su instinto
sanguinario, mientras que los
vegetarianos como el elefante, el buey, el caballo, etc., son fieles, nobles y
pacientes.
¿Qué vamos a buscar en los
productos cadavéricos del animal que éste no haya sacado del reino vegetal? Si
el buey forma y mantiene su cuerpo con la materia que extrae del débil
canutillo del pasto, cuánto mejor podrá alimentarse el hombre con las
substancias concentradas en las frutas y semillas que durante seis, ocho o
nueve meses están acumulando energías solares, magnéticas, eléctricas y de
calidad desconocida, extraídas de la tierra y de la atmósfera.
3. Ser sobrios constantemente.
Ser sobrio es comer poco, bien
masticado y en tiempo oportuno. El exceso en la comida es tan perjudicial como
ingerir alimentos antinaturales porque, forzando el trabajo del aparato
digestivo se congestiona y eleva la
temperatura en él, con lo que se producen fermentaciones malsanas que
desarrollan tóxicos envenenadores de la sangre.
El hombre es uno de los animales
más frugales de la creación y sorprende la pequeña cantidad de alimento que necesita para reparar sus fuerzas. Por
ejemplo San Hilario vivió seis años comiendo quince higos al día. Otros santos
vivían sólo de pan y agua, o de pan y verduras.
La cuestión está en aprovechar lo que se come, resultando más
favorable al organismo poco alimento que
pase a formar parte de su economía que mucho que deje materias extrañas
y lo intoxique. Una condición indispensable para esto es la buena masticación y
la calmada deglución.
No debemos comer sin hambre,
porque es forzar al estómago exponiéndolo a una mala digestión. Nuestras comidas deben ser hechas a horas
determinadas, bastando tres para los adultos y siendo la del medio día la
principal.
Debemos sentarnos en la mesa con
espíritu alegre, libre de preocupaciones y pesares, reposando a lo menos un
cuarto de hora después de terminar el alimento.
Evitemos beber en exceso durante
la comida, porque los líquidos diluyen los jugos estomacales, debilitando su
acción y dificultando el proceso digestivo.
Masticar bien quiere decir
triturar con la dentadura, desmenuzar, reducir a papilla, casi a líquido, cada
bocado, pues así los alimentos sufren su primera digestión al ser transformados
por la saliva.
No olvidemos que la mitad de la digestión se hace en la boca y que las
féculas se digieren principalmente con la saliva, sin cuya preparación producen
ácidos venenosos en el estómago que irritan los riñones y el hígado. Las
personas que no tienen dientes deben consumir los alimentos rallados o molidos.
Aun el agua debe beberse a
pequeños sorbos, procurando retenerla en la boca, pues está probado que la
parte energética de los alimentos se asimila principalmente en la boca, así
como la parte química se absorbe en el tubo digestivo.
Los alimentos no deben llegar al estómago con demasiada frecuencia, pues
esté se cansa y debilita. Se entiende cuánta importancia tiene para la salud
una buena dentadura. La cual sólo puede
conservarse evitando los
desarreglos digestivos. Las
personas que tengan dientes o muelas cariados deben atenderlos para
evitar que sirvan de foco de putrefacción.
El mejor sitio para comer es al
aire libre o bajo los árboles y, si no es posible hacerlo así debe hacerse en
un departamento alegre, con luz y sol que haga agradable una función tan
importante para el mantenimiento de la vida.
Un error muy común en las
familias consiste en servir los mismos alimentos a adultos, jóvenes y niños,
siendo que cada época de la vida tiene necesidades diferentes. Por ahora
diremos que las albúminas convienen a los niños y en la misma cantidad
perjudican a los adultos.
La sobriedad aconseja no llenarse
el estómago, debiendo levantarnos de la mesa satisfecha, pero sin exceso, casi
con apetito.
El hambre insaciable, la
necesidad de comer a toda hora porque se siente debilidad, es indicio seguro de
graves trastornos digestivos, pues lo que se come no se aprovecha.
El ayuno es uno de los medios más
seguros para curar las enfermedades, no sólo las digestivas, sino especialmente las febriles. Los animales nos
enseñan a ayunar pues cuando se sienten enfermos o
heridos no consumen
sino agua, hasta que
el apetito, que indica vuelta
a la normalidad, los obliga a
alimentarse nuevamente.
El ayuno puede ser total, sin
ingerir otra cosa que agua, o relativo, consumiendo solamente frutas. El
primero conviene en la fiebre de los adultos y el segundo en las enfermedades
febriles de los niños.
Ayunar cada semana o una vez al
mes es de gran provecho para cualquiera porque además de permitir el descanso
al aparato digestivo, favorece las eliminaciones de materias morbosas pues todo
el organismo se dedica a la función de eliminación.
Todas las religiones practican el
ayuno como medio de perfeccionamiento moral, pues así el cuerpo se libera de
toxinas que perturban las funciones nerviosas y especialmente cerebrales.
También existe un semiayuno que consiste
en comer cada semana o quincena exclusivamente una fruta durante todo un día,
ya sean uvas, manzanas, naranjas, o nueces.
Una regla fundamental de higiene alimenticia
consiste en comer vegetales crudos, especialmente frutas y semillas de árboles,
con moderación y bien masticados.
4. Beber únicamente agua natural.
La Naturaleza nos ha dado el agua
como única bebida, ya que la ha puesto a nuestra disposición con mano generosa
en el río, en la fuente y en el arroyo. El agua, el aire, la luz y la tierra
son los alimentos indispensables para la vida animal y vegetal.
Los tres primeros los
aprovechamos directamente con nuestros órganos, y la tierra indirectamente a
través de los productos vegetales. El agua es la única bebida natural y no sólo
es un alimento, sino también una medicina, tanto al interior como el exterior,
pues todo lo purifica al ser usada como bebida y en los baños.
Un campesino austriaco,
Vicente Priessnitz, descubrió
las posibilidades del
agua fría para preservar y
recuperar la salud. La hidroterapia fue mejorada y popularizada por el insigne
cura de Woesrishoffen, Sebastián Kneipp y fue Luis Kuhne, un fabricante de
muebles de Leipzig que hoy figura entre los mayores benefactores de la
humanidad.
En Chile, de donde es oriundo el
autor de esta obra, el padre Tadeo de Winsent difundió y enseño la
hidroterapia.
Dejemos para más adelante el
tratamiento del agua como agente de salud y por ahora digamos que al ser bebida nos proporciona no sólo sus elementos
energéticos en disolución, es decir, energías solares, efluvios magnéticos,
potencia eléctrica y aire, además de otros elementos aún no bien conocidos
provenientes de la tierra, del aire y del sol.
Es por esto que la mejor agua
para beber es la que desciende de la montaña y en constante movimiento se
despeña y golpea en su camino.
Estas condiciones y elementos mencionados caracterizan al “agua
viva” apta para satisfacer nuestras necesidades
fisiológicas, en oposición al “agua muerta” de pozos o lagunas estancadas, la
cual es perjudicial para la salud.
Los mayores beneficios del agua
se obtienen bebiéndola en pequeños sorbos y en cantidades moderadas, siempre
frescas y naturales, jamás hervida. Es un excelente purgante si se bebe en una
cucharada cada hora y las indigestiones desaparecen en una o dos horas si se
toman traguitos cortos cada 3 o 4 minutos.
Un vaso de agua en ayunas y otro
en la noche es un medio fácil y seguro para mantener limpios el estómago y los
intestinos. Beber agua con frecuencia y moderación es un excelente medio para
eliminar las intoxicaciones.
Cuando tienen sed, los enfermos
deben tomar agua fresca, al natural, en pequeños y repetidas porciones, a
fin de refrescarse
interiormente y disolver
y eliminar los tóxicos. Las fatigas, impresiones y dolores se pasan con
un vaso de agua fresca.
El agua debe beberse fuera de las
comidas y al menos una o dos horas después de una comida abundante. Nunca se
debe beber agua helada con el cuerpo caliente o agitado, porque se puede
producir enfriamiento en los pulmones o el estómago, resultando pulmonía o
catarro estomacal.
Si el agua
al interior actúa
como la mejor
medicina, aplicada al
exterior es un elemento insuperable para conservar la
salud.
5. Tener suma limpieza en todo.
La limpieza orgánica es salud, la
impureza es enfermedad. Así como el funcionamiento de un motor depende de la
limpieza de todas sus partes, el organismo humano será normal si está limpio y
anormal si está sucio.
La suciedad de la piel es
absorbida, pasando al interior, y la limpieza externa purifica también el medio
interno, es por eso que con toda razón decía Priessnitz: "Las enfermedades
se curan mejor por fuera que por dentro."
Con la misma razón que
diariamente nos lavamos la cara y las manos, debemos también lavarnos todo el
cuerpo, pasando, al levantarnos de la cama, desde el cuello hasta la planta de
los pies, una toalla empapada en agua fría, ya sea para volver al lecho o para
iniciar el día inmediatamente sin secarnos.
Es increíble que una práctica tan
sencilla sea de tan magnífico efecto, pues, generalmente es suficiente para
mantener el cuerpo ágil, liviano y resistente a los cambios atmosféricos. Este
es el baño más natural, sencillo y eficaz en todo caso, se esté sano o enfermo,
sea uno joven o viejo.
La limpieza no se reduce a
nuestra persona sino a todo cuanto nos rodea: La casa y especialmente la
recámara en donde se duerme deben estar libres de polvo y debe ser aireada y
asoleada.
Para mantener la limpieza
interna, una persona en estado normal de salud debe realizar una ablución de
agua fría al despertar, dormir con la ventana abierta, desayunar frutas o
ensaladas y evitar comer productos animales, especialmente la carne y también
los excitantes como el café, el té, el cigarro, etc.
Los adultos que viven en una
ciudad tendrán en mi Lavado de Sangre un recurso indispensable para mantener la
pureza orgánica.
6. Dominar las pasiones, procurando la mayor castidad.
Dado que nuestro sistema nervioso
es un agente transmisor de las energías vitales, cualquier desequilibrio de
sus funciones afecta
a la normalidad
general del cuerpo provocando la enfermedad.
Es por esto que toda enfermedad
supone un desarreglo nervioso y éste suele ser la causa de aquellas. Nuestra
mente controla la actividad afectiva y ésta a la vez impresiona al sistema
nervioso, así que es muy importante educar la fuerza mental hacia el dominio de
nuestros nervios.
La fuerza mental es atributo del
hombre y de ella derivan fenómenos antes inexplicables como el hipnotismo, la
transmisión del pensamiento y de energía vital, etc. Bien sabemos que un susto,
una alegría producen desarreglos
en la digestión,
lo que significa anormalidad general.
La vida emocional y
los excesos sexuales
debilitan al sistema
nervioso y arruinan la digestión, convirtiéndose en grave causa
de falta de salud.
La vida tranquila
sin ambiciones desproporcionadas y
libres de preocupaciones intensas es condición
indispensable para una buena salud. El amor, si no es controlado, también puede
ser causa de enfermedad y aun de muerte. Sabemos que el odio, el orgullo y la
envidia envenenan la sangre y que la ira afecta las funciones del estómago y
del hígado.
Los malos hábitos de la juventud,
y con mayor razón de la niñez, tienen como principal causa anomalías del
sistema nervioso por sangre maleada por herencia, perturbación que desaparecerá
purificando la sangre con un régimen alimenticio a base de frutas crudas y
activas eliminaciones por la piel del sujeto.
Normalmente, el
hombre no debería
pensar en reproducirse
antes de haber terminado su desarrollo, el cual demora
25 años. Sin embargo, dado el estado de degeneración de la especie humana que ha
reducido tanto la duración de su vida, se pueden anticipar algo los plazos fijando los 21 años como la época propicia
del hombre para reproducirse.
La duración de la vida depende en
gran parte de saber guardar la castidad en la juventud, pues son esas reservas
vitales las que nos permitirán afrontar
con éxito las crisis de la edad madura y la decadencia de la vejez.
7. No estar jamás ociosos.
El trabajo es una doble ley
impuesta al hombre: ley fisiológica, porque el movimiento es vida, y ley moral
porque es mandato de Dios. El trabajo es
fuente de bienestar moral y material y, a la inversa, la ociosidad causa de
miseria física y depravación moral, ya que conduce a la falta de salud, pobreza
y vicios.
El trabajo,
además del beneficio
material que nos
proporciona, deja en
nuestra alma la satisfacción del deber cumplido y es fuente de virtudes.
El movimiento es la vida y la inacción es la muerte. Debemos, pues, movernos,
actuar, sudar.
Sin dudar el cuerpo se enferma
porque no expele todos los residuos del desgaste orgánico. Sabemos que las
maquinarias que no trabajan se oxidan y acaban por arruinarse antes de tiempo.
Igualmente, el ejercicio físico es uno de los estimulantes de la energía vital
y, por tanto, un agente de curación de las dolencias.
Por ello es conveniente que toda
persona que no tenga ocupaciones que exijan movimiento practique una gimnasia,
en lo posible desnuda, al levantarse y al acostarse, combinándola con baños de
agua, aire, luz y sol, al aire libre o dentro de una pieza con la ventana
abierta.
Sin duda la gimnasia más natural
es la agrícola, cavando la tierra, con lo que se desarrolla la actividad
de todo el cuerpo, al mismo tiempo que
descansa el espíritu y se fortalece el sistema nervioso.
La natación es también una buena gimnasia, pero no debe
prolongarse demasiado porque enfría la superficie del cuerpo afectando las entrañas. La ascensión de
cerros es un ejercicio muy saludable y completo. Remar también es recomendable, pues el trabajo con los
remos activa a todo el organismo en forma rítmica y pausada.
8. Descansar y dormir sólo lo necesario.
Así como la Ley Natural nos
impone el trabajo y el movimiento, nos manda también descansar, a fin de
reparar el desgaste producido por la actividad orgánica. El descanso supone el
trabajo y, lógicamente, quien no se ha cansado no debe descansar.
La Naturaleza nos indica las
horas de actividad que empiezan con el día y termina con la puesta del sol. La
mayor actividad de la naturaleza comienza a media noche hasta mediodía, decayendo
desde el mediodía hasta la medianoche.
Las horas más favorables para el sueño son antes de
medianoche, pudiéndose decir que una hora de sueño antes de las 12 de la noche
vale más que dos horas después de la
medianoche. El mejor y más satisfactorio reposo se obtiene entre las 8 de la
noche y las 4 de la madrugada. Siete u ocho de sueño bastan para el descanso de
un adulto; los niños necesitan algo más. El exceso de sueño enerva e intoxica.
La cama debe
ser algo dura y en
lo posible de
materiales naturales y orientarse
hacia el hemisferio boreal con la cabeza hacia el sur para aprovechar mejor las
corrientes magnéticas. El exceso de ropa en la cama perjudica. El cuerpo debe
estar desnudo o a lo sumo con una camisa holgada, sin ataduras ni opresiones
que dificulten la libre circulación de la sangre.
La ventana abierta todo el año y
entreabierta cuando el tiempo sea borrascoso, es indispensable para que el
sueño sea reparador. La posición de espaldas con los miembros estirados
favorece la circulación de la sangre. También es bueno dormir sobre el costado
derecho, pero hay que evitar recostarse sobre el lado izquierdo, pues en esa
postura las vísceras comprimen el corazón, dificultando sus funciones.
9. Vestir sencillamente y con holgura.
El hombre tiene su piel para
estar en permanente contacto con el aire, así como el pez tiene la suya para
estar en el agua. Para este fin, la piel posee órganos que le permiten
aprovechar los elementos indispensables
para la vida: aire, luz, tierra y calor solar.
Nuestra piel por sus millones de
poros tiene una doble función: eliminadora y absorbente. Por la piel eliminamos
residuos orgánicos en tal proporción que representan un equivalente hasta del
30 por ciento de la eliminación de los riñones. En este sentido, el sudor es un
producto equivalente a la orina. Cuanto más se activan las funciones
eliminadores de la piel, menos trabajan los riñones y viceversa. La piel es un
tercer riñón.
Por eso es tan importante para la
salud el sudar diariamente, aunque sea sólo una hora, pues con ello se evitan
las dolencias de los riñones y se mantiene limpia la sangre.
Además de su función eliminadora,
la piel tiene la propiedad de absorber oxígeno del aire, calor y luz del sol
y emanaciones magnéticas y eléctricas
del ambiente. La piel es, pues, un tercer pulmón. Si se paralizan las funciones de la piel, aunque sean por unos
minutos, se produce intoxicación y aun la muerte.
Para realizar su doble función
eliminadora y absorbente, la piel necesita estar libre de envoltura, en
contacto con el aire, la luz y el sol,
de donde resulta la importancia de los baños de estos elementos que
deben tomarse diariamente,
al menos durante
una hora al levantarse. Las
aplicaciones adecuadas de agua fría sobre la piel activan sus funciones, de
donde se entiende la importancia de la hidroterapia.
Se podrá comprender ahora lo
nocivas que son las ropas adheridas al cuerpo que impiden la ventilación de la
piel. Camisetas, calzoncillos largos y de punto, ligas, corsé y cuellos o
zapatos apretados son elementos de tortura y de castigo para nuestra salud.
Nuestras ropas deben ser amplias,
permitiendo las corrientes de aire sobre la piel, y el abrigo no debe ir nunca
interiormente, sino superficialmente, reemplazando las camisetas por la manta y
sobretodo. Sobre la piel debemos usar ropa de hilo o algodón, jamás lana o
materiales sintéticos, para facilitar la absorción de las materias expulsadas
por los poros.
Los zapatos deben ser holgados y
de material poroso, no comprendiéndose el absurdo de usar suelas de gomas o
hule que impiden las corrientes eléctricas y magnéticas que purifican y
vivifican nuestro cuerpo. Es por esto que es importante pasar un rato al día
caminando descalzos sobre la tierra húmeda o el rocío del pasto.
El medio más sencillo y al
alcance de todos para activar las funciones de la piel consiste en la frotación
de agua fría todos los días al salir de la cama, para lo cual basta con una
toalla más o menos empapada en agua fría que se pasa por todo el cuerpo desde
el cuello hasta la planta de los pies, sin restregar, vistiéndose sin secarse o
volviendo así al lecho hasta que desaparezca la humedad.
10. Cultivar todas las virtudes, procurando siempre estar alegres.
La primera virtud del hombre es
amar al Creador, autor de la Naturaleza, fuente de todos los bienes que disfrutamos. El cuerpo sano goza de paz
espiritual, mente clara y corazón alegre, reinando la armonía en las funciones
fisiológicas y en el estado del alma.
El hombre que goza de salud
física y moral procura el bien del prójimo. La maldad y los vicios
generalmente son consecuencia de estados
patológicos de nuestro organismo, ya que nuestra alma obra a través de nuestros
órganos corporales. Una sangre viciada y envenenada mantiene un estado de
irritación y congestión de los centros nerviosos que los hace actuar fuera de
orden.
El hombre
que siente y
aprovecha a diario
los beneficios naturales,
tiene un corazón constantemente
elevado, colocándose en un plano más alto que lo aleja de las miserias del
vicio. Además, sus energías vigorizadas
son suficientes para dominar las pasiones y sobrellevar las adversidades de la
vida.
La vida ordenada conforme a la
Ley Natural permite tener menos privaciones por cuanto se gasta menos de lo
habitual en alimentarse y se aprovecha mejor lo que se consume, manteniendo así
un estado de ánimo satisfecho que hace sentir la alegría de vivir. No
olvidemos: salud es virtud, alegría y bienestar. Enfermedad es vicio, pena,
dolor y desgracia en todo orden de cosas.
Autor: Manuel Lezaeta Acharan.
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